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Mensaje por Ma. Florencia Barrionuevo Mar Nov 06, 2012 9:51 pm

Sostenemos que para una mejor comprensión de los problemas de la democracia y del rol de los medios, es necesario incorporar al análisis una dimensión muchas veces ignorada: la cultura política. Se la define como el conjunto de ideas, valores y hábitos de individuos y grupos, referidos al proceso político, sus actores e instituciones. Un postulado central es que el funcionamiento de la democracia depende de la existencia de una cultura política que actúe como soporte. Las creencias, los valores y las pautas de comportamiento que constituyen la cultura política pueden ser definidos y medidos utilizando las técnicas de la investigación social empírica. En este nucleo reside la idea de que lo que piensan, sienten y hacen los ciudadanos comunes tiene una influencia decisiva en el rumbo de las democracias. El establecimiento de una democracia electoral no abre el paso automáticamente a instituciones efectivas, que den una respuesta eficaz a las demandas de la gente. Es en la estabilidad, profundidad y eficacia de la democracia, más allá del periódico ejercicio electoral, donde la cultura política cumple un rol prominente.
Los estudios sobre cultura política convergen en destacar un conjunto definido de aspectos que parecen ser constitutivos de una cultura democrática. Abarcan desde un apoyo incondicional al sistema, un nivel de interés y participación política, compromiso cívico y hábitos de cooperación, hasta valores de tolerancia, confianza y autoexpresión, entre otros rasgos fundamentales.
Los medios son un candidato lógico para cumplir un papel relevante en la conformación y el cambio de la cultura política, pero ¿cuál es la naturaleza y la magnitud real de esa influencia? En las últimas dos décadas terminó por conformarse un escenario mediático muy diferente al de las democracias de posguerra. Los canales tecnológicos y las opciones de contenido se han multiplicado y microsegmentado, produciendo la fragmentación de las audiencias y haciendo que la competencia para ganar la atención del público haya ganado extraordinaria intensidad. La expansión de Internet, base de una diversidad de medios interactivos en constante evolución, está creando un público capaz de dialogar y producir sus propios mensajes. La televisión por cable, con sus canales especializados en la transmisión de noticias durante las 24 horas, así como la permanente actualización en la web de páginas informativas, blogs y medios como Facebook, Twitter y YouTube, han comprimido al mínimo el ciclo de las noticias, esto es, el período comprendido entre la difusión de una información y la publicación de las reacciones que ella provoca. En el pasado, ese ciclo abarcaba el intervalo transcurrido entre dos ediciones sucesivas de los diarios, es decir, el lapso de un día. Hoy, una noticia y sus reacciones tienden a reciclarse minuto a minuto.
Para muchos autores, este escenario ha tenido un profundo impacto en la información política. Según esto, la necesidad de actualizar los contenidos en forma continua y de competir por la atención del público ha hecho que los medios prioricen en su cobertura política la información instantánea, el conflicto y el espectáculo, por sobre la profundidad y el debate racional. Esta cobertura superficial, confrontativa y fragmentaria, tendría un efecto significativo en el llamado “cinismo” político y en la caída de la confianza en las instituciones.
Los muy diversos trabajos que atribuyen a los medios efectos negativos sobre las actitudes políticas de los ciudadanos se clasifican generalmente como “teorías del malestar mediático”, o, cuando enfatizan el impacto nocivo de la televisión, “teorías del videomalestar”. Los efectos se imputan al contenido o la forma de los medios. El contenido se refiere a cuestiones como las “malas noticias” sobre las instituciones y dirigentes, el acento en el conflicto y en los casos “sensacionalistas”, la presentación de los sucesos políticos bajo el formato del espectáculo, y el entretenimiento como eje de la programación de la TV general. En los diarios, las normas tradicionales siguen cediendo al periodismo amarillo. En cuanto a la forma de los medios, se sostiene que, por su misma naturaleza, la televisión no es un instrumento eficaz para el examen reflexivo de los temas.
Un enfoque alternativo a las teorías del malestar es la “teoría de la movilización cognitiva”. Según ésta, a largo plazo, el desarrollo de los medios masivos que acompañó el proceso de industrialización permitió que la información política, otrora reservada a las elites, se volviera accesible para todos los estratos y grupos sociales. En los últimos cincuenta años, los crecientes volúmenes de información proporcionados por los medios se han combinado con la expansión de la educación superior y con las habilidades laborales de la sociedad postindustrial, para darle al público una capacidad de pensamiento y acción política muy superiores al ciudadano del pasado.
El desarrollo postindustrial transformó el mundo del trabajo. Los empleos del sector servicios y de alta tecnología requieren el pensamiento independiente, la toma de decisiones y habilidades de organización y comunicación. Estas destrezas, junto a la educación superior y a la información de los medios, generan un proceso de movilización cognitiva. Los ciudadanos se encuentran hoy mucho mejor preparados para la acción política autónoma que los de la era industrial. Éstos eran movilizados desde arriba por los partidos de masas. Las nuevas generaciones posmodernas se destacan por la participación autodirigida, que en muchos casos plantea abiertos desafíos a las elites. Cinismo, apatía, desconfianza y caída de la participación política son sólo parte de la historia. Mientras disminuye la participación política convencional –movilizada por las maquinarias políticas–, aumentan las formas no convencionales y autodirigidas de activismo, como los movimientos sociales. Las nuevas formas de participación se dirigen a temas específicos –protección del medio ambiente, derechos de la mujer, de las minorías sexuales, etc.– y se apoyan en grupos ad hoc más que en organizaciones burocráticas establecidas. En realidad, el interés por la política aumenta, pero en otras direcciones, menos convencionales. En cambio, la pérdida de credibilidad de las instituciones políticas es un hecho real, motorizado por el rechazo a las formas tradicionales de autoridad y por las dificultades que encuentran esas instituciones para responder a las nuevas demandas.
Las tesis del malestar y de la movilización no son excluyentes. Putnam afirma que los lectores regulares de diarios muestran más conocimiento y compromiso sobre los asuntos públicos, pertenecen a más asociaciones civiles y votan con más regularidad. El lector de periódicos y el “buen ciudadano” estarían relacionados. El hábito de mirar las noticias por televisión también está asociado positivamente con el compromiso cívico, aunque la relación no es tan intensa como en los lectores de diarios. Sin embargo, Putnam ha sostenido también que la TV, debido a que privatiza el tiempo de ocio, es uno de los principales responsables de la caída en los niveles de asociacionismo. Autores fundamentales de la teoría de la movilización arguyen que el capital social no ha disminuido, sino que está cambiando de forma: las manifestaciones, los petitorios y otras estrategias asociativas no convencionales, tendrían un impacto cívico positivo.

Sin duda alguna se aspira a un cambio en este panorama, pero no podemos dejar de ver que la ciudadanía acude a los medios, porque los canales institucionales no funcionan como tales…entonces ¿ es menester que tanto nos sorprenda el peso de los medios de comunicación?
Ma. Florencia Barrionuevo
Ma. Florencia Barrionuevo

Fecha de inscripción : 04/09/2012

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