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Mensaje por stefanis Sáb Nov 17, 2012 8:05 pm


CONFIANZA EN LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y DESCONFIANZA EN LOS PARTIDOS POLÍTICOS:

En el marco democrático actual podemos sin lugar a duda afirmar que el ciudadano siente una absoluta desconfianza en la política y sus representantes gubernamentales, y que por otro lado esa confianza fue acrecentando en los medios de comunicación.
En la cultura política de los países democráticos coexisten en la actualidad un apoyo mayoritario a las instituciones y valores de la democracia y un extendido sentimiento de desconfianza hacia la política, los partidos y los políticos profesionales. Entre los factores que podrían explicar esta paradoja figuran los cambios sociales que han erosionado la identificación de los ciudadanos con los partidos, y en especial los ocasionados por los medios de comunicación masiva, y la frustración ante los resultados de la política, sobre todo en el caso en el que las principales fuerzas políticas se revelan incapaces de garantizar un modelo económico de crecimiento estable. Pero existe un factor adicional: los cambios sociales han complejizado también el proceso de agregación de preferencias, y los partidos políticos se enfrentan a la difícil tarea de compatibilizar la resolución de los problemas generales con la satisfacción de demandas particulares sobre las que es difícil el consenso.
Podemos distinguir entre dos tipos de confianza, una es la confianza explícita que se deposita en una persona o institución a la hora de tomar decisiones de riesgo; otra la confianza implícita que se manifiesta al recurrir de forma rutinaria (no reflexiva) a personas o instituciones en la actividad social. La identificación con un partido es una relación de confianza explícita, puesto que cada vez que se vota se está tomando una decisión en condiciones de riesgo, pero conlleva una confianza implícita en el sistema político: se toma la decisión de votar a un partido porque se cree que votar es una forma eficaz de seleccionar a los gobernantes, de defender los propios intereses o de garantizar la buena salud democrática.
Por un lado tenemos los partidos políticos, los actores que pretenden asumir la representación de los electores, ofreciéndoles propuestas de actuación que, de obtener el suficiente apoyo de los votantes, se convertirán en actuaciones de gobierno. El descontento con los gobiernos se puede traducir en desconfianza hacia los partidos cuando éstos, en su conjunto, frustran las expectativas de los electores. Pueden sentir entonces que los partidos son incapaces de realizar su tarea de representación de las demandas ciudadanas.
Por otro lado tenemos las instituciones que definen el campo y las reglas de juego: el tipo de régimen (parlamentario o presidencialista), el sistema electoral (mayoritario o proporcional), y el conjunto de las instituciones que dan forma al marco constitucional. La percepción social de un fracaso colectivo de los partidos políticos puede conducir a demandas de cambio institucional sin poner en cuestión la legitimidad de las instituciones democráticas en cuanto tales.
El tiempo de la desafección política viene marcado por el debilitamiento de las identidades partidarias y el auge de las identidades sociales, y por la respuesta de los partidos de competir sobre la lógica de los intereses (las preferencias) particulares de dichas identidades sociales. La superación de la desafección política, en cambio, exigiría una definición del interés general que fuera aceptable por esas identidades sociales y recogiera sus demandas, pero agregándolas y ordenándolas en un calendario verosímil. La idea es que, estableciendo otra relación con las distintas identidades sociales y organizaciones de objetivo único, los partidos refuercen su propia identidad y credibilidad, su legitimidad para asumir una racionalidad por encima de las preferencias particulares. Quizá es una meta demasiado ambiciosa, pero, seguramente, a quienes insistan en dedicarse a la política partidaria les será necesario también fijarse ambiciosos objetivos sobre el papel y sentido de su trabajo y su organización.

Los medios de comunicación se han convertido en una pieza clave para definir lo que las personas pueden pensar, sentir o ser capaces de hacer. Este “cuarto poder” también conocido como “poder fáctico” en las democracias sin contrapesos o “poder simbólico” en las democracias liberales, transmite mensajes mediante canales comunicativos que llegan a formar -en cierta medida- parte del imaginario colectivo.
¿En qué se sostiene el poder mediático? Los medios contemporáneos venden a los anunciantes sus propios lectores, televidentes, radioescuchas y cibernautas como pautas publicitarias, como “poder de influencia”. Pero desde la audiencia vale la pena preguntar:
¿Qué tanta confianza tienen los consumidores en los propios medios?
Los procesos de democratización son más significativos cuando se da espacio a los medios para fomentar la participación y el debate. Esto permite a la ciudadanía tener una visión más acabada de los candidatos que aspiran a ocupar un lugar en el gobierno. Pero también advierten los autores que todo esto está planteado desde la conveniencia mediática, por lo que es necesario que el producto ofrecido “venda” para que sea sustentable. De hecho, se considera que los medios han desplazado a los partidos políticos en su función de intermediarios entre los ciudadanos y los políticos, debido a su ineficacia para adaptarse a las necesidades del mundo moderno, tal como analizamos en el punto anterior. Así, las más medias juegan un doble papel: respecto a las instituciones políticas, construyen sus discursos para que lleguen hasta la sociedad. En relación a esta sociedad, por el otro lado, al ser los edificadores de la opinión pública, que será tenida bien en consideración por esas instituciones políticas para elaborar sus agendas. Todo esto podría tener como beneficio, verbigracia, una mayor rendición de cuentas del poder gubernamental ante la comunidad.
Los medios de comunicación se convirtieron en un mecanismo de control político que, si bien no puede imponer sanciones, si puede imponer castigos simbólicos, como la destrucción de la reputación de un político, lo que causaría el final de su carrera pública.
Con todo, parece haber cierto recelo entre los poderes del Estado y los medios de comunicación. Sin embargo, han aceptado la gran importancia que tienen en la actualidad como actores políticos. La confianza de las personas en ellos también viene en crecimiento, por lo que los más medios tienen en sus manos un inmenso poder que deberán saber administrar para no dañar la opinión pública pero, simultáneamente, permita el mantenimiento de las instituciones políticas.

Podemos ver este proceso de confianza en los medios y desconfianza en la política cuando por ejemplo el ciudadano realiza sus reclamos por los medios masivos de comunicación, atreves de cacerolazos, y demás manifestaciones que tienden a captar la atención de los medios para buscar así una solución a sus problemas; el ciudadano no reclama directamente al gobernante, se siente descontento con el mismo y siente que su problema no será solucionado por él, entonces busca otra forma de solución dándole toda su confianza a los medios.

Ferreyra, Stefanis.
stefanis
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Fecha de inscripción : 08/09/2012

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