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La libertad de prensa siempre amenazada
Periodismo Civico :: General - Trabajos de alumnos 2012 - :: Trabajos Practicos N°4 (La libertad de...)
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La libertad de prensa siempre amenazada
El autor distingue tres tipos de comunicación, según el objetivo que se propongan:
1. Información: hay que distinguirla de la opinión; la información debe ser objetiva, debe estar referida a “hechos puros”, y la opinión, es subjetiva.El contenido trasmitido por los medios es siempre el resultado de una selección, realizada a partir de criterios determinados y en un contexto previo que influye en los comunicadores, lo que no significa que no sea posible proporcionar una información veraz y contrastada, con un manejo riguroso de fuentes solventes.
2. Entretenimiento.
3. Persuasión.
Los límites entre información, entretenimiento y persuasión tienden a difuminarse: para atraer a públicos masivos, volubles y distraídos, la información se esfuerza por entretener.
La libertad ¿está en peligro?
La libertad de expresión es siempre frágil, una conquista arrancada con mucho esfuerzo a los poderosos y nunca está asegurada para siempre, siendo una de las causales que los medios se prestan al juego del poder consecuencia de alianzas con políticos y empresarios. La situación no sería tan grave o tan preocupante si encontráramos un ámbito informativo dispuesto a resistir a las presiones políticas y económicas, el escenario que presenta muestra el grado de dominación existencial que nos vemos sometidos a diario.
En Francia, por ejemplo, el setenta por ciento de los diarios y revistas pertenece a dos empresarios, Dassault y Lagardère, que curiosamente operan en el mismo sector, aeronáuticos y armamentístico. Un tercero en discordia, el importante constructor Bouygues, es el dueño de TF 1, el canal privado de televisión más grande de Europa. Los tres, amigos del presidente Sarkozy de toda la vida, aprovechan sin escrúpulos sus medios de comunicación para hacer negocios o influir ante el Gobierno.
La situación de España no es mucho mejor: televisiones públicas, nacional y autonómicas, como correas de transmisión de los Ejecutivos de turno; autonomías que financian periódicos de información general; grupos multimedia afines al Gobierno con deudas multimillonarias que se salvan de la quiebra por presiones políticas.
Como corolario de todo esto debemos destacar que todo orden social, toda elaboración estructural, es frágil por naturaleza. En cuanto los actores sociales dejan de esforzarse, se confían y bajan la guardia, la entropía gana terreno, el orden decae y reaparece el caos, se crea una escena pública que muchas veces debilitan las instituciones generando desconfianza en los ciudadanos. Es por eso que ante la falta de vigencia del principio republicano de publicidad de los actos de gobierno, y la falta de libertad de prensa, indirectamente se está afectado a la libertad de expresión de los ciudadanos. Esto es lo que ocurre en Argentina. El Gobierno solo hace una propaganda oficial y no cumple con el principio republicano mencionado (índices distorsionados del INDEC). No sirve de nada manifestar continuamente los posicionamientos, lo que se requiere son actos concretos que demuestren la efectividad de lo reconocido constitucionalmente y conculcado a diario. Defender la libertad de expresión ayudará a evitar que se repita el caos y decaiga el orden.
Legitimación del poder y libertad de expresión
Es un hecho que todo grupo organizado que aspire a durar genera algún tipo de poder .
¿Cómo se justifica que, siendo todos iguales, sea uno solo el que mande? El poder nunca se justifica. Todo gobierno sería por definición injusto, opresor: Estamos ante el planteamiento anarquista. Si todos somos iguales, no resulta admisible que alguien destaque e intente imponer su voluntad a los demás. El poder se justifica por el miedo. El Gobierno dispone de policía, cárceles y jueces, de forma que el que infringe la ley se expone a un castigo. El poder se justifica cuando es legítimo. Como es obvio, ahora hay que esclarecer el concepto de legitimidad. Podemos distinguir a este respecto dos momentos o situaciones: el acceso y el ejercicio del poder.
¿Cómo lograr que gobiernen los mejores, los más preparados y más honestos? No parece fácil. Para empezar, no resulta sencillo determinar el elenco de habilidades o destrezas que debe reunir el gobernante ideal. Platón proponía en La República que gobernaran los más sabios, los filósofos. Pero como no era ingenuo, añadía dos condiciones: debían renunciar tanto a una familia como a un patrimonio propio. Si no, la corrupción sería inevitable. Al final de su vida, escarmentado luego de su incursión en la práctica política, Platón concluye que sólo hay una manera de asegurar que el gobierno queda en manos de los mejores: la casualidad.
Para evitar que el poder caiga como fruta madura en manos del más fuerte, se han puesto en práctica en la historia diversas soluciones: el sorteo de las magistraturas en la Atenas clásica, la sucesión hereditaria en las monarquías tradicionales o el voto en las democracias modernas. El objetivo es regular de una forma más o menos imparcial el acceso al poder. Una vez que en virtud del procedimiento establecido el nuevo gobernante toma posesión, de entrada se espera de él que trabaje, que dedique el tiempo y esfuerzo necesarios.
Lo que se pide al gobernante es que sea justo. Los criterios de reparto de cargas y beneficios deben ser públicos y aplicarse con equidad.
Kant propone un triple criterio que debe satisfacer el gobernante que aspira verdaderamente a la justicia: la libertad de expresión, la libertad de emigración y la libertad para cambiar las leyes. Kant era un hombre de orden. Dice que tenemos la obligación de obedecer sin reservas al soberano, pero ese deber va inseparablemente unido al derecho a criticarlo. Si el gobernante impide el debate y la crítica, o bien no tiene argumentos para justificar su postura y su gobierno es puramente idiosincrático, o bien busca un objetivo ilegal y pretende evitar que el asunto se haga público.
El Gobierno muestra que juega limpio cuando busca efectivamente el bien común, si permite e incluso estimula el libro flujo de la información.
El libre debate y la consiguiente circulación de las opiniones constituyen la base para que los ciudadanos se informen debidamente sobre los asuntos de la esfera pública y puedan actuar de modo responsable.
La nuestra es una sociedad de la información y de los medios de comunicación masivos. Antes de abordar más en concreto el papel de la libertad de expresión dentro de ella, me parece oportuno describir brevemente el fenómeno comunicativo.
¿La libertad de expresión en peligro?
La situación no sería tan grave si encontráramos un sector informativo dispuesto a resistir las presiones políticas y económicas. Al fin y al cabo, desde que existe la prensa independiente no conocemos otro escenario. La libertad de expresión es siempre frágil, una conquista arrancada con mucho esfuerzo a los poderosos y nunca está asegurada para siempre. Airear lo que se cuece detrás de las bambalinas requiere una alta dosis de coraje y determinación. Lo lamentable de nuestra actual condición es que buena parte de los medios se presta al juego del poder; su cercanía o incluso su alianza con políticos y empresarios, precedida muchas veces de la correspondiente alineación ideológica, arruina muy pronto su credibilidad y su prestigio. Eisenhower habló en su momento del “complejo militar-industrial”. Hoy podríamos hacerlo del “complejo político-económico-mediático”. Como consecuencia de ese estado de cosas, la prensa tradicional pierde lectores de modo tan constante como inexorable. La juventud no compra periódicos y se informa a través de otras fuentes. A modo ejemplo: desde la aparición de Internet, la media diaria de periódicos vendidos en Estados Unidos bajó de 62 millones a 42 millones. Unos cien periódicos han dejado de imprimirse en papel. En ese mismo tiempo, el número de lectores de prensa digital ha ascendido a 75 millones. Las redes sociales crecen sin parar. Hemos entrado en la sociedad de las pantallas: cine, televisión, ordenador, teléfono móvil, consola de videojuegos, iphone , ipad, libro electrónico, smartphone, que convergen y componen una trama en la que cada vez más gente pasa más tiempo, de ocio y también de trabajo y de relaciones sociales. Los usuarios de la red, guiados por intereses compartidos, tienden a encontrarse y agruparse de modo espontáneo, de forma que colectivos con perfiles tan definidos como interesantes para las empresas están disponibles para acciones publicitarias impensables en los medios tradicionales.
El objetivo más importante para las empresas, la clave de su éxito –pero también de su misma supervivencia- es ahora acertar en ganarse la confianza de los clientes. “La empresa que no dialogue con los clientes, morirá”.
La generalización del recurso a la red -el número de internautas sigue creciendo, pero no conviene olvidar que también en este nuevo mundo, aparentemente tan democrático, hay diferencias en cuanto al acceso: la “brecha digital”- origina rápidos y profundos cambios sociales. Se ha podido hablar así de “cibermovimientos sociales” . Ahora solo quiero añadir una mención a las denominadas “adhocracias”: grupos de usuarios que aúnan fuerzas para el logro de objetivos compartidos. Por supuesto que la generalización del uso de la red tiene también su lado sombrío. La avalancha de mensajes amenaza con ahogarnos. Disponer de tanta cantidad de información, que resulta imposible de asimilar, provoca finamente un estado de notable desorientación. En la blogosfera hay demasiados reporteros y muy pocos editores. Es verdad que el acceso a la red da voz -y poder- a la ciudadanía, pero conviene recordar que internet no es un ámbito libre de dominio, especie de comunidad perfecta donde se haría realidad el ideal habermasiano de un discurso entre iguales. Se trata, por el contrario, de un ámbito perfectamente controlado. Además de la supervisión que lleva a cabo el poder político, hay que considerar el control realizado por las propias empresas que gestionan la red.
Todo orden social, toda elaboración estructural, es frágil por naturaleza. En cuanto los actores sociales dejan de esforzarse, se confían y bajan la guardia, la entropía gana terreno, el orden decae y reaparece el caos. Me parece que Argentina ha hecho aleccionadoras y trágicas experiencias a este respecto. Defender la libertad de expresión ayudará a evitar que se repitan en el futuro.
Reartes, Ma. Candelaria
1. Información: hay que distinguirla de la opinión; la información debe ser objetiva, debe estar referida a “hechos puros”, y la opinión, es subjetiva.El contenido trasmitido por los medios es siempre el resultado de una selección, realizada a partir de criterios determinados y en un contexto previo que influye en los comunicadores, lo que no significa que no sea posible proporcionar una información veraz y contrastada, con un manejo riguroso de fuentes solventes.
2. Entretenimiento.
3. Persuasión.
Los límites entre información, entretenimiento y persuasión tienden a difuminarse: para atraer a públicos masivos, volubles y distraídos, la información se esfuerza por entretener.
La libertad ¿está en peligro?
La libertad de expresión es siempre frágil, una conquista arrancada con mucho esfuerzo a los poderosos y nunca está asegurada para siempre, siendo una de las causales que los medios se prestan al juego del poder consecuencia de alianzas con políticos y empresarios. La situación no sería tan grave o tan preocupante si encontráramos un ámbito informativo dispuesto a resistir a las presiones políticas y económicas, el escenario que presenta muestra el grado de dominación existencial que nos vemos sometidos a diario.
En Francia, por ejemplo, el setenta por ciento de los diarios y revistas pertenece a dos empresarios, Dassault y Lagardère, que curiosamente operan en el mismo sector, aeronáuticos y armamentístico. Un tercero en discordia, el importante constructor Bouygues, es el dueño de TF 1, el canal privado de televisión más grande de Europa. Los tres, amigos del presidente Sarkozy de toda la vida, aprovechan sin escrúpulos sus medios de comunicación para hacer negocios o influir ante el Gobierno.
La situación de España no es mucho mejor: televisiones públicas, nacional y autonómicas, como correas de transmisión de los Ejecutivos de turno; autonomías que financian periódicos de información general; grupos multimedia afines al Gobierno con deudas multimillonarias que se salvan de la quiebra por presiones políticas.
Como corolario de todo esto debemos destacar que todo orden social, toda elaboración estructural, es frágil por naturaleza. En cuanto los actores sociales dejan de esforzarse, se confían y bajan la guardia, la entropía gana terreno, el orden decae y reaparece el caos, se crea una escena pública que muchas veces debilitan las instituciones generando desconfianza en los ciudadanos. Es por eso que ante la falta de vigencia del principio republicano de publicidad de los actos de gobierno, y la falta de libertad de prensa, indirectamente se está afectado a la libertad de expresión de los ciudadanos. Esto es lo que ocurre en Argentina. El Gobierno solo hace una propaganda oficial y no cumple con el principio republicano mencionado (índices distorsionados del INDEC). No sirve de nada manifestar continuamente los posicionamientos, lo que se requiere son actos concretos que demuestren la efectividad de lo reconocido constitucionalmente y conculcado a diario. Defender la libertad de expresión ayudará a evitar que se repita el caos y decaiga el orden.
Legitimación del poder y libertad de expresión
Es un hecho que todo grupo organizado que aspire a durar genera algún tipo de poder .
¿Cómo se justifica que, siendo todos iguales, sea uno solo el que mande? El poder nunca se justifica. Todo gobierno sería por definición injusto, opresor: Estamos ante el planteamiento anarquista. Si todos somos iguales, no resulta admisible que alguien destaque e intente imponer su voluntad a los demás. El poder se justifica por el miedo. El Gobierno dispone de policía, cárceles y jueces, de forma que el que infringe la ley se expone a un castigo. El poder se justifica cuando es legítimo. Como es obvio, ahora hay que esclarecer el concepto de legitimidad. Podemos distinguir a este respecto dos momentos o situaciones: el acceso y el ejercicio del poder.
¿Cómo lograr que gobiernen los mejores, los más preparados y más honestos? No parece fácil. Para empezar, no resulta sencillo determinar el elenco de habilidades o destrezas que debe reunir el gobernante ideal. Platón proponía en La República que gobernaran los más sabios, los filósofos. Pero como no era ingenuo, añadía dos condiciones: debían renunciar tanto a una familia como a un patrimonio propio. Si no, la corrupción sería inevitable. Al final de su vida, escarmentado luego de su incursión en la práctica política, Platón concluye que sólo hay una manera de asegurar que el gobierno queda en manos de los mejores: la casualidad.
Para evitar que el poder caiga como fruta madura en manos del más fuerte, se han puesto en práctica en la historia diversas soluciones: el sorteo de las magistraturas en la Atenas clásica, la sucesión hereditaria en las monarquías tradicionales o el voto en las democracias modernas. El objetivo es regular de una forma más o menos imparcial el acceso al poder. Una vez que en virtud del procedimiento establecido el nuevo gobernante toma posesión, de entrada se espera de él que trabaje, que dedique el tiempo y esfuerzo necesarios.
Lo que se pide al gobernante es que sea justo. Los criterios de reparto de cargas y beneficios deben ser públicos y aplicarse con equidad.
Kant propone un triple criterio que debe satisfacer el gobernante que aspira verdaderamente a la justicia: la libertad de expresión, la libertad de emigración y la libertad para cambiar las leyes. Kant era un hombre de orden. Dice que tenemos la obligación de obedecer sin reservas al soberano, pero ese deber va inseparablemente unido al derecho a criticarlo. Si el gobernante impide el debate y la crítica, o bien no tiene argumentos para justificar su postura y su gobierno es puramente idiosincrático, o bien busca un objetivo ilegal y pretende evitar que el asunto se haga público.
El Gobierno muestra que juega limpio cuando busca efectivamente el bien común, si permite e incluso estimula el libro flujo de la información.
El libre debate y la consiguiente circulación de las opiniones constituyen la base para que los ciudadanos se informen debidamente sobre los asuntos de la esfera pública y puedan actuar de modo responsable.
La nuestra es una sociedad de la información y de los medios de comunicación masivos. Antes de abordar más en concreto el papel de la libertad de expresión dentro de ella, me parece oportuno describir brevemente el fenómeno comunicativo.
¿La libertad de expresión en peligro?
La situación no sería tan grave si encontráramos un sector informativo dispuesto a resistir las presiones políticas y económicas. Al fin y al cabo, desde que existe la prensa independiente no conocemos otro escenario. La libertad de expresión es siempre frágil, una conquista arrancada con mucho esfuerzo a los poderosos y nunca está asegurada para siempre. Airear lo que se cuece detrás de las bambalinas requiere una alta dosis de coraje y determinación. Lo lamentable de nuestra actual condición es que buena parte de los medios se presta al juego del poder; su cercanía o incluso su alianza con políticos y empresarios, precedida muchas veces de la correspondiente alineación ideológica, arruina muy pronto su credibilidad y su prestigio. Eisenhower habló en su momento del “complejo militar-industrial”. Hoy podríamos hacerlo del “complejo político-económico-mediático”. Como consecuencia de ese estado de cosas, la prensa tradicional pierde lectores de modo tan constante como inexorable. La juventud no compra periódicos y se informa a través de otras fuentes. A modo ejemplo: desde la aparición de Internet, la media diaria de periódicos vendidos en Estados Unidos bajó de 62 millones a 42 millones. Unos cien periódicos han dejado de imprimirse en papel. En ese mismo tiempo, el número de lectores de prensa digital ha ascendido a 75 millones. Las redes sociales crecen sin parar. Hemos entrado en la sociedad de las pantallas: cine, televisión, ordenador, teléfono móvil, consola de videojuegos, iphone , ipad, libro electrónico, smartphone, que convergen y componen una trama en la que cada vez más gente pasa más tiempo, de ocio y también de trabajo y de relaciones sociales. Los usuarios de la red, guiados por intereses compartidos, tienden a encontrarse y agruparse de modo espontáneo, de forma que colectivos con perfiles tan definidos como interesantes para las empresas están disponibles para acciones publicitarias impensables en los medios tradicionales.
El objetivo más importante para las empresas, la clave de su éxito –pero también de su misma supervivencia- es ahora acertar en ganarse la confianza de los clientes. “La empresa que no dialogue con los clientes, morirá”.
La generalización del recurso a la red -el número de internautas sigue creciendo, pero no conviene olvidar que también en este nuevo mundo, aparentemente tan democrático, hay diferencias en cuanto al acceso: la “brecha digital”- origina rápidos y profundos cambios sociales. Se ha podido hablar así de “cibermovimientos sociales” . Ahora solo quiero añadir una mención a las denominadas “adhocracias”: grupos de usuarios que aúnan fuerzas para el logro de objetivos compartidos. Por supuesto que la generalización del uso de la red tiene también su lado sombrío. La avalancha de mensajes amenaza con ahogarnos. Disponer de tanta cantidad de información, que resulta imposible de asimilar, provoca finamente un estado de notable desorientación. En la blogosfera hay demasiados reporteros y muy pocos editores. Es verdad que el acceso a la red da voz -y poder- a la ciudadanía, pero conviene recordar que internet no es un ámbito libre de dominio, especie de comunidad perfecta donde se haría realidad el ideal habermasiano de un discurso entre iguales. Se trata, por el contrario, de un ámbito perfectamente controlado. Además de la supervisión que lleva a cabo el poder político, hay que considerar el control realizado por las propias empresas que gestionan la red.
Todo orden social, toda elaboración estructural, es frágil por naturaleza. En cuanto los actores sociales dejan de esforzarse, se confían y bajan la guardia, la entropía gana terreno, el orden decae y reaparece el caos. Me parece que Argentina ha hecho aleccionadoras y trágicas experiencias a este respecto. Defender la libertad de expresión ayudará a evitar que se repitan en el futuro.
Reartes, Ma. Candelaria
candelaria reartes- Fecha de inscripción : 01/09/2012
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